miércoles, 13 de enero de 2010

Bola ocho

Tras siete bonitos colores, siete paladeadas de lo más sabroso, ya nos vemos a la vera de la gloria campeón. Duele saber que cuando llega la hora del tiro final no hay a quien, en lo más profundo de su conciencia, no le tiemble el pulso… Quizá de una manera, muy poco perceptible para quien ve de afuera, pero súper perceptible para quien en ese preciso momento se esta descubriendo, en el mejor de los casos, horrorosamente inseguro…
Y ahora… Este velo de responsabilidad, el partido había sido largo y divertido, cada sólida bola cayendo en cámara lenta dentro de las troneras, los brillos de la luz sobre las esferas, los colores moviéndose alborotadamente sobre el suave paño verde, otras veces delicadamente, solo, una bola cruzando la pizarra de mármol; como la más bella de las damas ante la mirada perpleja de sus compañeras; golpeando en las bandas de goma evidenciando las naturalezas más físicas y matemáticas de la vida, y aunque el alma se deje sobre el taco al sacudir la blanca bola, si las cuentas no dan, no dan…

Una vuelta a la mesa, miradas de arriba, de abajo y de todos los lugares desde donde se nos ocurra mirar, mientras tratamos de hacer cuentas con los diamantes de sobre las bandas y los números vuelan para terminar perdiéndose en la nada de colores del juego, la euforia y las divertidas ganas de ganar.
Tiza al taco, y un trago a lo que hay sobre la mesa (si es que hay). Acercamiento por fin al rectángulo de la competencia y acomodándonos la ropa tomamos posición. Se apoya el taco sobre la mano y bajamos la cabeza hasta lograr dejar la vista a la altura del taco que pasa a ser como autopista luminosa camino a la bola blanca, la que a su vez tiene destino de intenciones poco modestas a la gloriosa bola ocho… Es entonces cuando el aire parece alentarse
hasta el punto de poder verlo en pequeñas vibraciones que se expanden y se contraen haciendo bailar las prostitutas siluetas del humo de cigarrillo. Y es increíble como esta imagen, también, se esfuma así de rápido como llega… Como todo en la vida, quizá, si lo pensamos mejor. Ahí está, el objeto más bonito de todos los juegos del mundo: negro redondo brillante manchado de blanco relleno por un número perfecto, infinito… La ansiedad prevalece ante los cálculos y el taco se frena sobre la transpiración de la mano izquierda, la misma transpiración que entorpece la precisión de la mano derecha: ejecutora y estratega de este intento de asesinato.
Todo listo, posición, puntería, cábala, visión, una respiración profunda y se mueve el brazo derecho hacia adelante, dirigiendo el taco en dirección a la bola blanca… Por fin: sentimos el golpe seco de la madera contra la bola y allá va… (talento más, talento menos…) Divinamente, la suerte está echada!!!


En homenaje a mis camaradas en suerte y sueños, con quienes desatábamos los cordones del divino pueblo de San vicente, día tras día, noche tras noche...

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