lunes, 18 de abril de 2011

La zozobra de la vida





Ya no me alcanzaban las estrellas en los tiempos en que descubrí que mi mollera se había cerrado para siempre. Me consumía por dentro, el ciclo constante, diario, la ferocidad del movimiento había puesto sobre mí la ceguera peor. Lenta, pero inexorablemente descubrí que aquello de lo que me estaba alimentando sabía más a mí mismo que a ninguna otra cosa. Fue en aquellos días cuando empecé a creer en la idea de que algunas personas van mutilándose paulatinamente, día tras día, para ellos es algo que no se puede detener; ciertas cegueras producen un aceleramiento notable de este fenómeno y entonces, cuando acabamos por permitir la última mutilación de nuestra vitalidad, nos encontramos con la muerte de frente, ella nos besa en la boca y después en un ritual oscuro nos fundimos en el abrazo de la triste entrega. No cuando se detiene el corazón, sino cuando de un modo u otro decidimos entregarnos  a ese abrazo es que estamos muertos; ¿Quién sabe? Aunque yo nunca lo vi, hay quines dicen que se puede despertar de allí. En caso de que no, lo que viene después, lo que antecede a la desaparición física, esa especie de angustia infinita… no es más que la zozobra de la vida.