viernes, 28 de enero de 2011

Al otro lado


Abrir el diálogo interno del cuestionamiento, tratando de no esquivarle al bulto y evitando dirigir misiles verbales envenenados al primero que se cruce, es un lastre que va subiendo de peso proporcionalmente con el aumento de la conciencia de las propias responsabilidades. Digo: mirás para dentro y te quedas solo…  tus zapatos rotos de tantos años y el camino, un camino cada vez más estrecho bajo un atardecer lluvioso entre medio de una arboleda de sauces llorones, un camino gris de piedra y barro que se eleva paulatina y certeramente hasta la cima de una sierra lejana detrás de la cual, ojalá (probablemente), el viento sopla renovador haciendo a un lado las nubes y las estrellas decoran una sala de estar perfecta donde la luna es una lámpara de opalina que se refleja en el agua de un estanque exclusivamente para vos. El fin del camino, al otro lado de la sierra, es toda una promesa y basta para arrastrar los pies, sin embargo ese largo camino sigue estando ahí; a veces te ahoga, te sofoca, te mata de hambre y sed, te ciega te aleja, te enajena, te oculta y derrama gotas de perfume de la muerte y es entonces cuando se descubre que lo más pesado no es la inhospitalidad del trecho que caminamos que no nos muestra sustento para la supervivencia, sino la extrañeza de que uno mismo es mago y despensa de sus necesidades. Las ramas vuelan por encima de tu cabeza mientras llorás arrodillado y te gritan confusamente “¡En vos está todo lo que necesitas para sobrevivir!”. De repente un estruendo y PUM!!! volvés a la vida de todos los días, la gente te habla, la tierra se mueve, sigue latiendo ahí y para vos el mundo es solo una línea gris que se mueve velozmente a tu alrededor autodestruyéndose, por eso recordás el árbol donde hace un momento estabas sentado llorando y volvés ahí, porque sentís que si hay algo peor que la muerte es estar disconformemente vivo… y a pesar de que te duelan los pies y el camino se hace cada vez más cuesta arriba, no va a haber nada que emita un latido dentro tuyo si no llegás hasta el otro lado de la sierra.
Lo jodido de emprender caminos largos que van hacia dentro es que en el recorrido borramos la estupidez que hace falta como para volver atrás y así no nos queda otra que seguir hasta el final o perecer a mitad de la aventura. Lo más denso de responsabilizarse de los propios movimientos y de los resultados que eso muestra es que nuestras piernas no están preparadas para cargar el peso de la culpa y el autocastigo cuando la realidad se desnuda y se chupa los dedos eróticamente frente a nosotros, haciéndonos burla… Con todo, y sin lamentarnos, allá hemos ido, hasta la lejanía del dolor y la ausencia, de la indiferencia, la soledad y el miedo; dando pequeños pasos y tomando fuerza para cargar la totalidad del lastre, perdonando y perdonándonos hasta sentirnos más livianos, hasta llegar aquí, llenos de raspones, bollos y torceduras, a dejar unas líneas para agradecer que al margen de la locura que nos aleja de nosotros mismo y las idioteces que podemos llegar a hacer, todavía quedan personas que (neciamente) siguen dándonos sus buenas intenciones, aunque parezca que un monstruo nos está devorando por dentro y se asoma por nuestra boca. Porque puede que seamos cada más lo que creemos que la solución real se encuentra mucho más en el perdón que en el castigo…

jueves, 20 de enero de 2011

Namaste


Hice silencio, cerré la boca un poco. Hice silencio para escuchar. Hice silencio desde un recuerdo, hice silencio para observar. Hice regreso a un punto, hice de noche y oscuridad. Fui caminando lento, paso tras paso, hasta llegar.
Cerré la puerta de salida, abrí la misma puerta para entrar.
Andar de punta a punta los laberintos, aprender que solo hay una forma de salir y verse a la cara con los viejos miedos. Descubrir que quien este enfrente, es una construcción de mi propia percepción condicionada, quizá (en mi caso) -más que nada- lo que temo de aquel que se para frente a mí. Es descubrir la lamina sobre los ojos, el filtro vivencial de la mirada; los recuerdos de la palabra que dolió y detrás de ella una historia tan parecida a la tuya… y la idea de que detrás de eso se esconde lo natural casi como una falla de diseño, como un cuento sin fin que al acercarse a las ultimas líneas nos susurra entre sollozos: “alguien tendrá que PERDONAR”. Probablemente sea ahí donde comienza a latir la posibilidad de habitar el cuarto de arriba, donde todo se siente más, pero duele menos y entonces mi boca (sin que yo lo pueda controlar) comienza a decir: “si te entiendo te perdono y si te perdono no te juzgo y si no te juzgo no te temo y si no te temo no duele y si no duele me siento mucho mejor…”


Y que NUNCA nos falte una canción...