lunes, 5 de marzo de 2012

Precipicio del amanecer



Un paquete de palabras se agolpan en la salida del inconciente. Alguna cosa he de escupir. Una melancólica adicción, un repentino devenir de tumbos que me revuelcan en un regreso que no sé hacía donde ni porque, pero que presiento indispensable.
No voy a mencionar al silencio cuando mis pies me obliguen a reconstituir la imagen que abandone en una ceguera y que siempre estuvo aguardándome ahí (masticando con soberbia la seguridad de mi regreso), ya aprendí que soy muy tonto cuando creo que mi voz es capaz de atravesar lo inefable. Entiendo, me entiendo: el cristal con el que mis ojos ven tiene matices de estaciones y terrenos, pero es el mismo siempre, no sirve de nada andar trapeándolo y aunque mi idioma es poco popular, acaso, no hace falta más que la predisposición necesaria y casual, esa que vos siempre tenés.
Soplo la pequeña llama de esa vela que me ilumina, la noche no termino aún y tampoco es la hora de mis sueños, pero pretendo que nada me distraiga de la llegada de este nuevo amanecer. Solo una nota en el aire que recorre la habitación, abrigando madera, semillas y miel, que asfixia los sentidos hasta un mar de deseos genuinos y asumidos.
Allá donde voy llegara de un momento a otro, con susurros de tormenta que inunda y riega la tierra también. Mientras tanto espero, sentado en la oscuridad, fumándome la vida sobre la extraña belleza del fuego a la hora de las olas.


                                                 Desnudo...
                                Como Adán el primer día...