miércoles, 4 de mayo de 2011

Meridiano




… de este lado el filtro da otro color. El clavo, la cruz, las llaves y el desierto (detrás y delante). Ese despegar, esa nueva fascinación y las caricias más profundas y nativas, a veces, se parecen bastante a la soledad. Bastan aquellos pequeños puestos de descanso y las manos cuando golpean y la sangre cuando es “amable” para recuperar el aire y sin embargo, pulmonada tras pulmonada - y más allá de mis intenciones- me reconozco cada vez más del otro lado; podría decirte quizá, ya lejano.

Miro atrás y mapeo los días como queriendo reconstruir un camino de regreso que ya no está. Me imagino entre la muchedumbre caminando, en las filas de los bancos, en las fiestas de fin de año, en los clubes, en las epopeyas carnales de las celebraciones nocturnas, en las palabras espontáneas inocentes, los oídos vírgenes y los ojos ingenuos, frente al televisor noche tras noche en la soledad compartida de millones de consumistas violados en una inmensa y siniestra orgía de manipulación colectiva (bajo el alivio de un consuelo de sonso) y aunque me esfuerzo, en algunas ocasiones hasta las lagrimas por encontrarme entre ellos, no encuentro, a estas alturas, ya ni el rastro triste de mi sombra perdida.

No tengo idea hacia donde voy ni porque estoy acá. No tengo idea de porque en este espacio hay tantas cosas que no huelen, no se sienten, no se ven, no saben a nada. Sin saber por que y sin haber tenido la intención tengo la impresión de haber cruzado un meridiano, y aunque por momentos quisiera volver… ya estoy del otro lado.