Apenas conmovido, de
la misma mano que siempre me empeñe en mantenerme (a fuerza de terquedad y
miedo), guardo la sensación haberme apoyado de descansar después de un largo
trecho contra un vidrio. Lo sabía, pero lo olvidé: la rueda seguía girando. El
vidrio se rompió y, casi sin darme cuenta, caí hacia el otro lado. Ni había
terminado de sacudirme los vidrios cuando ya estaba en marcha otra vez. Que te
puedo contar del paisaje? Ya sabemos de que se trata esto del constante
movimiento. Lo único que lamento es no poder haberme sentido más amigo del
instinto que de la razón, porque aunque reneguemos de lo salvaje de la vida y
aunque dudemos de pertenecer, naturalmente, a este cuadro, atesoramos la
sabiduría de que el instinto es menos doloroso y que las heridas dejan marcas.
A pesar de todo y a
fuerza de hacer un poco la vista gorda, preferimos convencernos de que elegimos
el rumbo que llevamos y así vamos, casi convencido estoy de que no podríamos
seguir yendo si no fuera de esta manera. Te sentís en un remanso entonces,
ganas seguridad y pisas el acelerador a fondo (sabe Dios lo divino que se
siente ese momento y lo valioso que es en sí, sin importar cual termine siendo
el resultado final), no tardas mucho en sentir que te alejas de la ciudad y vas a internarte en un descanso de sierra y
selva. Pero el camino pega estas vueltas raras, viste? Y mientras te inunda la
leve intuición de la rareza, las columnas crecen en el inframundo de la tierra
y sólo, recién. cuando el waray (o como
sea que se escriba…) se extiende un kilómetro en el espejo retrovisor y notas que
tus ruedas están a la altura de las araucarias, caés en la cuenta de que estás
arriba de un puente. Pensás una vez más que los resultados del vacío se
manifiestan mucho antes que la conciencia de este mismo. No tarda mucho uno en
asumir que esta cruzando hacia otro lado, no se gasta siquiera tiempo en buscar
un retorno que de antemano se sabe inexistente. Sin embargo, aunque llevamos
esa luz de alerta latiendo en la frente, no podemos disimular la inquietante
sorpresa que provocan esos carteles que anuncian a 500 mts bifurcaciones que
nos distribuyen a mas de media docena de
destinos posibles, en esta autopista que ya sabemos más confusa que las de Sao
Paulo.
Como si toda la joda
se tratara de ir descargando lastre, siempre vamos dejando algo atrás…
1 comentario:
Leo.
Y después de cierto tiempo, coincido, al ver que avanzar nos hace cruzar puentes, a veces claros, otros no tanto.
Muchas cosas que quedan atrás, fuera de nuestro alcance ya.
Lejos, nosotros y ellos.
Vamos andando caminos así.
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