viernes, 5 de noviembre de 2010

Domingo por la tarde

Me preguntaba que es lo que le pasa a un tipo que ya siente que se está viniendo grande cuando la pequeña insolencia parte a un viajecito de cuatro días y se encuentra en la soledad confusa de un domingo después de no menos de cuatro meses, entonces desempolva el último disco de Bunbury y lo deja girar como una ruleta de sensaciones en el stereo del auto como no lo hace desde hace bastante tiempo ya; no porque a ella no le gusta mucho (que de hecho es una verdad), sino porque gusta de hacerla sonreír con la música y sabe que a la niña, ciertamente, hay cosas que la alegran mucho más que la impostada voz del aragonés errante.

Es domingo denso en la ciudad de los pobres corazones y el celeste del cielo parece querer teñirse de ceniza, como vaticinando una tormenta, algo que, probablemente, no estaría nada mal que se concretara, hace algunas semanas que no cae la liquida bendición del cielo y puede que se empiece a notar demasiado. El disquito destila altos niveles de fidelidad y se funde en la imagen del día como una banda sonora perfecta, alcanza a apoyar su verso justo en medio del pecho podría decirse, ahí: entre las tripas, los pulmones y el corazón y aparece después de un rato de andar la desoladora sensación de que, tal vez, no habrá este domingo un valle de sonrisas prestadas donde dormir el desasosiego del retorno a la soledad.
Para un tipo que a coqueteado profundo con la soledad al punto de casi convertirse en un solterón eterno, ese estado tiene un porcentaje de adicción bastante alto y como toda adicción, es quizá, algo de lo que nunca se esta del todo curado… (Ya se que no te gusta que hable de uno, pero tomémoslo como una licencia que me tomo por esta vez para compensar que tu boca está bastante lejos como para actuar sobre la mía). Hablaba de que para un hombre que ha tenido que aprender que para poder andar ciertos cielos hay que entender que el diablo de esos mundos lleva debajo de la cola dos nalgas bien duras y en medio de ellas un retazo de encaje negro y que muchas veces hay que permitirse compartir esos momentos que, antes, daban tanto placer transcurrirlos en soledad, un domingo a solas es un lugar bastante extraño… Decide entonces ir a visitar a sus madres; no porque sea mejor que no hacer nada, sino porque puede que no haya nada mejor que pueda hacer; pero quizá sea mejor escupir un poco de veneno antes, entonces busca la mejor sombra como parar el auto y escribir un poco. Siempre viene bien hablar un poco con uno mismo y más cuando es debajo de una hermosa y tupida sombra, a dos cuadras de la casa de su progenitora universal y con Bunbury cantando de fondo.

5 comentarios:

Gabriela dijo...

Reconocerse,naturalemente es un buen ejercicio...

Y es cierto que es una adicciòn dificil de dejar la soledad,una vez que se conoce bien.

Besos sonrientes

Rosa dijo...

Has hecho una radiografía tan, tan descriptiva que más que radiografía parece un tac o algo así.

Me ha gustado mucho eso de tener que escupir algo de veneno antes de visitar a la progenitora.

Besos

NVBallesteros dijo...

El suspiro contenido que estalla cuando sabes disfrutar la soledad es un orgasmo de libertad...

Que disfrutes tu domingo...te dejo besos Nina

Dejame que te cuente dijo...

buenisimo texto...y buenisimo video...
em encanta...¡¡

un abrazo

Anónimo dijo...

Por dios cómo te extrañé aquellos cuatro días interminables!

creo que nunca te dije cuánto admiro la claridad con la que expresas tus sentires...bien, ahora ya lo sabes! =)

Me encantás...
Te amo!


Naty