sábado, 8 de mayo de 2010

Juego de luces y sombras

Me abrigo como sueño en una madrugada inmensa, en las cuerdas tensas y engañosas de la mirada triste que mi ángel negro me flecha. Me estiro y, aunque veo de las lúgubres cicatrices, solo sombras rojizas, no intento más que movimientos de prueba en un espacio pequeño, tan pequeño como una cama de una noche. De tanto tiempo enredado en esta sombra, respirando el aire necio y conmovedor de estas cuatro paredes, fui leyendo metódicamente cada palmo de este espacio donde casi no debo esforzarme por llegar a los limites, basta con moverme apenas para apoyar las manos sobre las paredes y saber que hasta ahí esta bien por ahora, que es suficiente para mi piel quemada y mis ojos cegados de pétalos amarillos que se deshojaron, velozmente, en el pórtico divisorio de un espejo distorsionador que soñaba con entrar elefantes en los placares.

Me cuido, claro. Lo hago porque deseo volver a correr velozmente algún día y porque está vez estoy seguro de que voy a llegar lejos, pero mucho más lejos, tal vez allá: donde mis ojos aun no pueden ver, donde mi piel no resista el calor y entonces quede de una vez y para siempre desnudo. Más vale tarde quizá, ya no me preocupo por el tiempo, él siempre ha de alcanzarnos y disfruto los paisajes de mi cuarto que es una cárcel de algunos tipos de pulsos, porque; de tanto jugar con sombras; aprendí que para que ellas existan el algún lugar debe haber luz.
Cada esquina es un abismo y cielo. Cada boca plomiza que recurre, ocurre del mismo modo, se desangra y de esa sangre beben dos, que luego serán muchos más. El espejo… el espejo es algo así como un téster y, te aseguro corazón, yo soy uno más de los que hay días en los que prefiere no mirarse; pero me miro lo mismo, sabés..? aprendí que esos surcos profundos que él abre en mi tierra, ciertos días, sirven para que pueda plantar los pilotes de mi hogar, mucho más profundos y más firmes también. La puerta está abierta, aunque las ventanas cerradas. Los duelos, siempre, suelen ser de color negro y, como te habrás dado cuenta, cuando duelo… duelo. Las medidas y la tristeza, me ha contado alguna visita, no se llevan muy bien, normalmente, y es muy extraño pero ese pequeño retazo de muerte es la noble tarea de mantener vivo algo que por siempre va a latir en cada uno de nuestros gestos, en cada uno de nuestros latidos.
Si todo muriera, no habría vida. Tanto es así, que puedo sentir ese pulso aún. Hay tierra donde sembrar entonces. Que tengas buena cosecha.

2 comentarios:

Gabriela dijo...

de tanto ver, y saber reflejos, puedo elegir la ideíta, que sobre sombras, es incuestionable la existencia de,luz?

Rosa dijo...

Me ha gustado mucho eso de que te cuides y de que hayas dejado de preocuparte por el tiempo en ese sentido limitador que a todos nos preocupa en un momento o en muchos momentos. Es bonito eso. Mucho.

Besos y sí, siempre y cuando haya tierra en la que sembrar, sembraremos convencidos de una buena cosecha.