Te busco y no estás. Te encuentro y no sos. Hace rato, ya, que venimos tocando esta canción a destiempo… Es de noche y en el suspiro de la soledad, pareciera que nos encontramos, este espacio es nuestro, pienso. Me preparo para recibirte (vos sabés todo el ritual que, para mí, promueve el ángel de tu presencia), mi casa es tuya. Y te quedas en silencio, rebotando tu imagen en la habitación, jugando al loco con mis dedos, metiendo esas dos o tres notas fuera de la escala que arruinan toda la velada.
Cuando volvía de mi niñez, algunos días atrás, naufragué en un recuerdo tan escondido que me parecía ajeno, un espejo perdido en el fondo de la casa reflejando una imagen absurda, multiplicándola… como si con una no bastara. Éramos aire liviano, vos y yo, éramos satélites el uno de otro, una cofradía, una escultura de la inocencia acariciada por un pibe de un lustro. El tiempo era siempre el mismo, te acordás? Después yo quise correr y vos le tomaste el gusto a eso de andar despacio. Yo quise ser hijo del vértigo y vos cantabas baladas, la escena resultaba bonita a pesar de las diferencias. La calle con sus cordones y yo intentando desatárselos cada noche. Me dijiste que las ciudades no eran para vos, que el ruido entorpecía la comunicación, que en el tumulto todos somos nadie, que lo que te tiene que encontrar te alcanza en cualquier lado y te dibujaste allá, lejos, en una imagen que esperabas que un día yo llegará a colorear. Yo hice mis pasos sin mirar atrás, cruce a los tumbos las líneas de las que tantas veces hablamos y sentí un alivio en el pecho. Este era el laberinto que me tocaba a mí. Años más o menos, quedamos en encontrarnos a la salida.
Te busco y no estás. Te encuentro y no sos. Hace rato, ya, que venimos tocando esta canción a destiempo… Tomate el tiempo que quieras, acá te voy a estar esperando.